La danza escénica no es sino la más pura y primigenia poesía; un espejo frente al que cada espectador construye y reconstruye su propia historia; es una página en blanco, siempre llenándose, escribiéndose mediante una serie interminable de cuerpos descifrables que celebran vivir; porque vivir es todo movimiento, de lo pensable a lo sensible. Vivir es todo verbo, toda acción, todo sentido.
Vivir es la mejor celebración y el más profundo lamento.
Vivir es ir desde el más antiguo antecedente del viaje de la semilla a tierra fértil, hasta más allá de la última partícula de polvo que nos transforma en un recuerdo con el que nuestro cuerpo se confunde y se funde en la memoria de otros cuerpos.
Si algo ha de ser vasto entonces, vastísimo, ha de ser vivir.
Vivir es animar la existencia.
Vivir es la conjugación de todo verbo, en todas las personas, en todos los ritmos, en todos los tonos, en todos los tiempos.
Vivir es el pasado más remoto y el futuro más extenso.
Vivir es conciencia, pero también es ensueño; concepción, entendimiento, imaginación, sueño, noción, figuración, visión, utopía, irrealidad, delirio, espejismo, reflexión, percepción, juicio, discernimiento, evocación, quimera, ficción.
Vivir, entonces, es toda percepción de movimiento, necesidad primera, único aliento.
Porque vivir, es algo más que la noción de lo de adentro; vivir es descubrir, avisar, esparcir, divulgar, anunciar, manifestar, comunicar, advertir, contar, proclamar, informar, expandir, declarar, transmitir, develar, revelar…
Vivir, siempre es un viaje; es, siempre, ir más allá.
Vivir es descifrar y ser descifrado.
Vivir es ir de mí a ti, y de regreso
Y el hecho escénico, es vivir la vida, y las otras, las que se inventan; es ser un cuerpo descifrable, descifrador, siempre frente a otro cuerpo; porque ¿qué otra cosa soy, en la escena?, sino un cuerpo sensible, un cuerpo que es todo verbo, un cuerpo que es todo intención, todo tono. Y un cuerpo que es lector, también, por supuesto.
Qué otra cosa puedo ser en la escena, sino eso: un cuerpo legible, de infinito movimiento frente a otro cuerpo.
Con qué otra cosa puedo poner en completa evidencia la fragilidad, la indefensión o lo arrojado y lo bravío de mi ser, sino con mi cuerpo; lo único de mí que no consigue mentir.
Mi cuerpo es la verdad; también es lo verosímil.
Mi cuerpo es el gesto y la palabra frente al otro, la esencia de la comunicación, el valor de lo plural, al ser el sustento de lo singular.
Mi cuerpo, insisto, es todo verbo; todo acción.
Mi cuerpo es mensaje; todo mensaje, toda confesión.
Mi cuerpo es el mapa más exacto.
Mi cuerpo es lo que fui y lo que puedo ser; lo que seré.
Mi cuerpo es lo que soy.
Mi cuerpo es la única coordenada.
Mi cuerpo es la rebelión, la insurrección manifiesta; también la que se oculta, la que se diluye en toda sumisión.
Mi cuerpo es la necesidad primera; la primigenia, la original.
Mi cuerpo es el ombligo, el centro, el epicentro de ese terremoto que es el vivir.
Mi cuerpo es todo archivo, todo.
Mi cuerpo es el único legado, visual, táctil, olfativo, emotivo, intelectual…
Mi cuerpo es todo y más.
Mi cuerpo es lo tangible y lo intangible, el recuerdo y el presagio, lo objetivo y lo subjetivo.
Mi cuerpo es la escritura y el discurso; es, entonces, toda voz.
Mi cuerpo es un impulso y un motor; es ritmo y tono; y es una caja enorme, enorme, repleta de recursos.
Mi cuerpo es un espejo.
Mi cuerpo es, a veces, tu corazón, tu mente, tu cuerpo.
De frente al hecho escénico, mi cuerpo es toda la metáfora, toda.
Rolando Beattie